Yo, corría de prisa por el mismo camino una y otra vez. Incluso cuando sabía que tan sólo tenía que parar, apretaba mis manos y me decía: Sigue caminando, esto es lo que tú querías.
Y en cada paso, los cortes en los pies dolían más y más. La sangre que dejaba tras cada zancada era la prueba fehaciente de que esto no era lo mejor para mí y sin embargo, yo sonreía a todos los que pasaban alrededor haciéndome la sorprendida, como si yo misma no me hubiese visto sangrar.
Y seguí corriendo. Sentía tu mirada sobre mi hombro y pensaba, convencida: Ahora si.
Ahora sí habrá valido la pena desaparecer.
Ahora sí habrá valido la pena dejar de sentir.
Ahora sí habrá valido la pena esconderme de mis sueños.
Ahora sí habrá valido la pena morir en vida.
Pero los días pasaban, y ese camino lleno de mis pisadas sangrientas empezó a antojarse más y más confuso.
El ruido de la calle ya no me alcanzaba, ni siquiera el agua de la ducha me hacía volver en mí misma.
Mis ojos se habían encadenado en aquellas pisadas. Todas mías y sin nada de ti.
Y ese fue el momento en que me fijé en tus pies. Esos que no se habían movido, porque jamás han caminado por nadie más que tú mismo.
Y yo, que jamás fui de comparaciones, aquel día, al ver mis pisadas al lado de tus huellas vacías, me di cuenta de que había una gran diferencia entre querer correr y ser perseguida.
Que las heridas de mis pies nunca fueron por avanzar contundentemente contigo, si no por escapar de ti.
Que Tamara siempre estuvo ahí, esperando, llevándome de la mano y susurrando bien flojito: ya casi estamos. Esto ya casi ha terminado.
Nunca desaparecí.
Nunca dejé de sentir.
Nunca escondí mis sueños.
Nunca dejé de vivir.
Sansa – Zahara
Yo no soy mejor, por que tú me humillaras.
Yo no soy mejor por que tú me anularas.
Lo que me ha hecho fuerte es alejarme de ti.
Lo que me ha hecho fuerte, es acercarme a mí.